Seguramente os habéis fijado que cuando vais al supermercado algunos de los productos, des de hace un tiempo, llevan como una especie de semáforo que va del verde oscuro al naranja intenso, esto es el llamado Nutriscore. Una etiqueta que se implantó en España a finales del 2018 y que algunos países de la Unión Europea también utilizan.
Este etiquetado consiste en clasificar los alimentos y bebidas en cinco letras, de la A a la E y con un cambio gradual de colores en función de su calidad nutricional, es decir, que se clasifica los productos alimentarios de peor a mejor. Una herramienta que a simple vista parece que puede poner las cosas más fáciles al consumidor, que muchas veces detesta leer las etiquetas de los envases que suelen ser poco claras y muy densas en cuanto a la información. No obstante, no es oro todo lo que reluce.
El algoritmo que utiliza esta etiqueta para ordenar los productos tiene en cuenta dos grandes elementos, los alimentos considerados como “desfavorables” que son aquellos compuestos por una gran cantidad de calorías, azúcares simples, ácidos grasos saturados y sodio, y por otro lado los considerados como “favorables” que son alimentos ricos en proteínas, fibras, verduras, frutos secos, etc. La teoría es sencilla, pero la realidad es otra.
Este algoritmo falla porque se olvida por ejemplo del procesamiento de los alimentos y favorece aquellos con azucares, harinas refinadas y los refrescos edulcorados. Un ejemplo claro es la coca-cola zero que Nutriscore la clasifica en la letra B, es decir, que es sinónimo de producto “bueno”.
¿Por qué otros motivos sucede esto? Nutriscore solo permite comparar productos de un mismo grupo, es decir, que aplica el semáforo por categorías cuando en realidad muchas veces, para una alimentación sana, lo necesario es disminuir el consumo de alimentos de un grupo para favorecer el aumento de otros. Siguiendo el ejemplo de antes, nos encontramos con la paradoja que un refresco como la coca-cola zero, llena de edulcorantes artificiales que dañan nuestro metabolismo, está mejor clasificada que el aceite de oliva.
En conclusión, estamos delante de un sistema de etiquetado que no aporta ninguna solución al problema real de los hábitos alimentarios de la población porque no incentiva el consumo de alimentos saludables. Creemos que nos intentan poner las cosas fáciles, pero en realidad nos tratan como borregos. En vez de apostar por una cultura que aporte conocimiento para que el consumidor sepa en todo el momento lo que está comiendo, los gobiernos, de la mano de las grandes industrias, crean una herramienta de marketing agresivo que solo favorece a los utraprocesados. Un engaño más.