Realmente, la covid-19 está desenmascarando unos cuantos mitos por lo que respeta a las necesidades agroalimentarias de este país. Cierto es que la psique humana nos sigue dando momentos estelares para llenar los anales de la historia de la humanidad.
Con la declaración del estado de alarma nos hemos vuelto todos panaderos y pasteleros. Estos días la harina y la levadura van tan buscadas que parece que viviéramos en los meses previos al estallido de la Revolución francesa. Decir en una tienda la palabra harina o levadura puede ser peligroso…
Bien, más vale reír que llorar que dice el dicho pero es que entre todo este lío se vislumbran dos grandes contradicciones que no auguran nada bueno para lo que estos días está tan en boga; la soberanía alimentaria.
Primera contradicción. Cómo puede ser que por una vez el mercado interno pida consumo interno a través de las explotaciones agrarias, tiendas, colmados, supermercados etc., y de harina no haya suficiente?
La siguiente contradicción es simplemente mirar las estadísticas, como las del Ministerio de Agricultura, para darnos cuenta que la producción de trigo en el Estado español no es que consiga llegar a abastecer el mercado interno sino que encima, buena parte de la producción se vende al exterior.
Vamos por partes porque con el ejemplo del trigo y su derivado inmediato, la harina, seguro que habrá situaciones parejas que auguran un camino muy largo para abastecer de sentido a la supuesta soberanía alimentaria.
En el Estado Español, el año 17/18 produjo casi 16 millones de toneladas de cereales, lo que supone un 31,24%, con un total de 5,92 millones de hectáreas cultivadas, lo que da un resultado negativo de -2’27% respecto a la campaña de 2015/16. La cifra de cereales importados contado a partir de noviembre de 2017 fue de 17,47 millones de toneladas.
Tampoco parece, según las estadísticas publicadas por el Ministerio, que las cifras sean muy estables ya que cada año, con excepción del año 2017 que fue muy seco, las cifras de producción mantienen una tendencia a la baja, con algún repunte, y la superficie conreada es cada vez menor y más concentrada.
Por lo tanto. Dónde va esta harina que se produce localmente? Como ya hemos dicho, una parte se va a la exportación y el resto se queda en el estado. Y aquí se encuentra uno de los problemas que debe afrontar la soberanía alimentaria; la distribución.
España es una tierra con grandes capacidades productivas de granos de todo tipo; trigo, centeno, legumbres. Ahora bien, el poder productivo cada vez está más concentrado en grandes explotaciones, muchas extranjeras, y la distribución se la reparten las grandes centrales de compra.
La verdad es que en el caso de la harina hay que contar también con el suministro a la ganadería y a la pesca como las piscifactorías, que se llueva una buena parte del pastel. Pero la contradicción sigue estando ahí, no sólo porque más de uno se debe haber quedado sin hacer pan o pasteles estos días, sino porque la manca de abastecimiento local de cereales ya no es que sea limitada es que seguramente debe quedar muy lejos de muchos consumidores locales.
No se trata sólo de descubrir que no tenemos harina para todos, sino más bien tomar conciencia que la harina se debe pagar buen precio para que salga a cuenta venderla localmente, que se compre de manera regular y no como un hecho ocasional, y que se valore por su calidad que es el primer signo de que ese producto tiene futuro. Y lo más importante para combatir el control de las grandes empresas en la distribución hace falta construir estructuras comerciales, logísticas, agrupar consumidores y productores, no nos queda otra que hacerlo juntos o dejar que unos pocos lo hagan todo.