“Vinocentrismo” y “Birrafobia” en la Antigüedad (II)

Share

El colonialismo vinícola sobre sociedades cerveceras

Como comentamos en el primer artículo sobre la cerveza en la antigüedad, las sociedades clásicas desarrollaron todo un esquema de pensamiento basado en la centralización del vino y la marginación de la cerveza (o lo que viene a ser, “vinocentrismo”). De ese modo, utilizando como núcleo simbólico estos dos productos, estructuran una ideología polarizada que se ejemplifica en numerosas antítesis, la mayoría de las cuales, hay que decir, fundamentadas más en preconcepciones que en hechos.

Del mismo modo que pasa con los griegos, los italianos eran bebedores de vino, y no tenemos ningún testimonio, material o escrito, del consumo de cerveza en Italia durante el período clásico. Pero a diferencia de los griegos, los romanos lo llevan a un segundo plano: propagan el conocimiento del vino y la viticultura a su paso a través de Europa y Egipto. Así, tanto el producto en sí como la carga ideológica que conlleva tendrán un gran impacto en otras culturas, a distintos niveles. Y este es el tema que vamos a desarrollar en nuestro segundo capítulo, centrándonos especialmente en los diferentes pueblos galos, germanos, bretones y, más allá de Europa, egipcios.

A pesar de que los Galos eran conocidos bebedores de cerveza e hidromiel, con distintas variantes según el territorio, el vino fue rápidamente aceptado entre sus gentes desde muy antiguo. Se han hallado fragmentos de ánforas griegas junto con otros recipientes (de cerámica y bronce) asociadas al consumo de vino en regiones del sur de Francia e incluso, de forma esporádica, más septentrionales. Tales evidencias arqueológicas demuestran que este producto era importado al menos desde el 650 a.n.e, principalmente desde Massalia (actual Marsella).

Varias fuentes clásicas nos informan que en la Galia no se encontraban cultivos de olivares ni de vid, por eso consumían vino exportado. De hecho, algunos apuntan que el objetivo de las incursiones galas a Italia era el apoderamiento de los viñedos, para facilitar el acceso a esta nueva bebida tan que estaba ganando popularidad. Posidonio afirma que “los galos son adictos al vino importado por los comerciantes italianos […]”, y subraya en tono crítico que “lo beben sin diluir y en cantidades abusivas”. Tal era la devoción por este producto, considerado un producto de lujo reservado a las altas esferas, que podían incluso cambiar un esclavo por una simple jarra de vino italiano.

Por otro lado, Strabo escribe durante los inicios del Imperio (s. I a. n. e.) que “los bárbaros del sur de la Galia, gracias a la influencia romana, abandonan la guerra para convertirse en granjeros, y que de hecho los pueblos de los alrededores del río Rhône dejan de ser bárbaros (o menos bárbaros) en el momento en que adoptan las costumbres romanas. Entre la cuales, por supuesto, se incluye el consumo de vino”. (NELSON 2005). Claro está que estos eruditos no se caracterizaban por la modestia y objetividad cuando se trataba de sus vecinos.

Debemos prestar atención al cambio que se percibe entre los panoramas expuestos por ambos historiadores: el primero, nos transmite la imagen aún del “bárbaro” que consume esta delicatesen importada de Italia (el mundo civilizado), pero siguiendo sus hábitos bruscos y excesivos. Es decir, acogen gratamente el producto, pero no asimilan su ideología. Mientras que el segundo, nos describe unas gentes más asentadas y enderezadas, que progresivamente abandonan sus costumbres bélicas y adoptan unos modales más civilizados. ¿No os recuerda un poco a los misioneros cristianos “salvando las pobres salvajes” gracias a la “buena moral cristiana”? Más o menos, por allí van los tiros. A nivel arqueológico también se observa una evolución: el aumento considerable de ánforas italianas (centenares de miles de fragmentos) contenedoras de vino datadas del s. I a. n. e., plantea un fenómeno de comercio masivo al sur de Francia. Estos datos sugieren la gran influencia greco-romana y su noción de la superioridad del vino.

No obstante, pese la popularidad adquirida por este brebaje de uva, nunca renunciaron completamente a la cerveza, aunque su consumo decaiga considerablemente.

A finales del s. III a. n. e., los romanos inician su expansión hacia el norte de Italia siguiendo el curso del río Po. A su paso conquistan la Galia Cisalpina y Liguria, y después se dirigen hacia el oeste hasta la Península Ibérica. Las comunidades celtíberas eran elaboradoras y consumidoras de cerveza de trigo y de cebada. Y pese que muchos testimonios clásicos firman que no existía ni la vid ni el vino en la Península antes de la llegada de los romanos, las evidencias arqueológicas confirman que el vino, junto la cepa y la vajilla, es introducido ya por los fenicios y los griegos muchos siglos antes. En ese entonces (s. II a. n. e.) las comunidades celtíberas elaboraban cerveza de trigo y de cebada, pero desconocían la vid y el vino. Con la invasión romana, vemos como estos habitantes indígenas adoptan la tradición vinícola (cultivos y elaboración). Estrabo constata que “Iberia dispone de aceitunas, vid e higos en sus costas, pero no en el norte. No tanto por el frío, sino por sus habitantes, quienes vivían como bestias” (NELSON 2005). Por un lado, refleja una viticultura completamente asentada, a la vez que reafirma este vínculo entre vino y civilización. Igual que con el caso galo, la cerveza no fue radicalmente excluida en un inicio.

En ese sentido, Plinio (aún bastante positivo y abierto de mente en sus argumentos) nos ha legado una valiosa descripción sobre las costumbres cerveceras, tipologías y elaboraciones. Sin embargo, hacia el s. VII d.n.e., Isidore (de Sevilla) afirma que la cerveza, producto cada vez más escaso (y raro), solo se podía encontrar en aquellas regiones no fértiles para la vida. Por lo que el vino, de nuevo, se postula como la bebida de preferencia, haciendo de la conquista romana un éxito no únicamente político, sino también ideológico.

Nos desplazamos ahora hacia el norte, donde Germanos y Galos Belgas nos plantean un horizonte totalmente distinto. Antes y durante el régimen romano, la Galia septentrional se manifestó como un área importante de manufactura y consumo cervecero, y sus gentes rechazaron una y otra vez el vino y su ideología. Así lo confirma la ausencia de ánforas romanas y otros contenedores. Según César, los germanos “no permiten la importación de vino entre ellos, porque creen que el vino hace al hombre blando y afeminado”. Vemos aquí la cara opuesta de la moneda: el vino asociado a rasgos negativos. Por desgracia, los romanos podían llegar a ser muy persistentes. Aunque con retraso, el dominio vinícola fue gradualmente establecido. La primera referencia sobre la presencia de uvas al largo del río Moselle no aparece hasta el s. IV d.n.e.

Y si seguimos subiendo hasta “el linde de la tierra”, como César definía Britannia (actual Gran Bretaña) en sus expediciones iniciáticas del 55-54 a. n. e., encontramos un panorama realmente interesante. Allí vivían los bretones (importante no confundir con los bretones franceses), “más primitivos y más bárbaros” según Estrabo, siempre tan conciso. Probablemente, se ganaron tales atributos debido a las constantes sublevaciones que tuvieron una y otra vez incluso después de la invasión, y permanecieron firmes delante la tentación del vino romano. A principios del s. I a. n. e., un reducido número (en vistas de las cantidades registrada al sur de Europa) de ánforas demuestran un comercio a pequeña escala en el sur de la isla, y la viticultura no se desarrolló hasta un siglo más tarde. Algunos investigadores han expuesto la existencia de una rivalidad “cerveza vs. vino” entre ciertas tribus durante el cambio de era: por un lado, los Trinovantes de Essex, con el apoyo romano, grababan hojas de vid en sus monedas; mientras que sus rivales de Hertfordshire, los Catuvellauni, tenían una espiga de trigo tallada (NELSON 2005).

De hecho, se dieron varios casos de disputas similares, entre aquellos reacios al dominio romano, leales a sus costumbres, y amantes de la cerveza; frente aquellos que, ya fuese voluntariamente o (creo yo) obligados, adoptaron el modus vivendi romano, junto su ideología vinocentrista. Como resultado, se origina un mosaico de comunidades y tradiciones muy diverso en un mismo territorio, encabezado por esta dualidad vino-cerveza. Irlanda y el norte de Escocia, por ejemplo, regiones al margen del monopolio romano, impenetrables, fueron siempre consumidoras de cerveza e hidromiel, sin excepciones.

Otro dato curioso son las referencias (bastante inesperadas) de consumo de cerveza por parte de las tropas romanas de salvaguarda en territorio bretón. De hecho, numerosas evidencias hacen suponer que la cerveza ejercía un papel más destacado que el vino en muchos fuertes militares, e incluso algunos se aventuran a suscitar la presencia de algún núcleo de elaboración cervecera entre los soldados romanos. Por ejemplo, el fuerte Bearsden, activo a mediados del s II d.n.e., situado en el muro Antonio, actual Escocia (DICKSON 1989 y 2000); o el fuerte Isca en Caerleon, actual Wales, durante los siglos I y II d.n.e. (HELBAEK 1964 y ALCOCK 2001). Al final resultó que ser tan mala como algunos decían.

Finalmente, saltamos de continente hasta Egipto, donde la cerveza gozaba de gran popularidad e importancia, tanto a nivel doméstico como estatal. Durante época Ptolemaica la manufactura y venta de este producto se había convertido en todo un monopolio gubernamental regido por una estricta regularización. Esta situación cambió con la ocupación romana (30 a.n.e). A partir del s.I a. n. e., especialmente en Alejandría, las clases altas tomaban vinos italianos, aunque nuevamente se mantiene un consumo generalizado de cerveza. Las referencias sobre cerveza empiezan a escasear alrededor del s. IV d.n.e., cuando el vino pasa a ser la primera opción entre todas las clases sociales (o al menos de las que tenemos documentos, que son media y alta), paralelamente a la situación en la Galia.

Recapitulando, hemos observado que los Romanos mantienen el mismo discurso helenístico en el que se exaltan las grandes virtudes del vino y sus consumidores (eso es, Ellos y su Ego); y se agravian extensamente las propiedades perjudiciales de la cerveza, una bebida impropia de gente “civilizada” (adivinad a quiénes se refieren). Con su avance colonial, se encuentran con multitud de culturas cerveceras a las que analizan y comentan con ojo crítico: juzgan tanto el producto como los hábitos de consumo exagerados (PHILLIPS 2014). Por ese motivo, emprenden una especie de “misiones de civilización” (por llamarlas de alguna manera) a través de la exportación del vino, así como los conocimientos del cultivo y la elaboración. En ese sentido, la propagación de la viña no se debe a un cambio climático como se puede pensar en un inicio, sino a una transformación política y, especialmente, cultural. 

Muchos de estos pueblos adoptaron el vino, al principio como producto exportado de lujo  entre las élites; hasta que poco a poco se va instaurando como una bebida generalizada entre todas las castas sociales. En el s. I a.n.e., el vinocentrismo se había extendido por todo el territorio, desde el sur de Egipto al lejano norte de Europa, de forma más o menos incisiva (PHILLIPS 2014). Aún así, cabe subrayar que estas sociedades nunca excluirán por completo ni rechazarán la cerveza de su dieta, hecho enormemente condenado por sus nuevos inquilinos italianos. 

Además, algunos grupos étnicos permanecen firmes e inmunes a esta influencia, tales como los Germanos y los Galos Belgas, algunas comunidades en Iberia y Britania, y los habitantes de Irlanda, entre otros. La presencia / ausencia de la tradición vinícola se convierte para los estudiosos en un indicador del grado de éxito (o fracaso) de la romanización. 

Los griegos y los romanos desarrollaron unas culturas consumidoras de alcohol más extensas y complejas que cualquiera antes que ellos. Tanto las bebidas en sí mismas como los protocolos de consumo representan marcadores significativos de distinción política-económica-social dentro y entre culturas. Y concretamente los patrones greco-romanos resultan un tópico importante de debate y análisis en tanto que se reflejarán en las posteriores doctrinas del consumo cristianas, y servirán como fundamento de muchas ideologías y prácticas medievales (PHILLIPS 2014). Si queréis saber más, estad atentos al siguiente capítulo de esta historia.

Bibliografía y recursos web

  • ALCOCK, J. P., 2001, Food in Roman Britain, Tempus, Stroud.
  • DICKSON, C., 1989, ‘The Roman Army Diet in Britain and Germany’, a KÖRBER-GROHNER i KÜSTER (eds), Dissertationes Botanicae vol. 133: 135–154.
  • DICKSON, C. i DICKSON, J. H., 2000, Plants and People in Ancient Scotland, Tempus, Stroud.
  • HELBAEK, H., 1964, ‘The Isca Grain, A Roman Plant Introduction in Britain’, a New Phytologist 63: 158–164
  • NELSON, Max, 
    2001,  Beer in Greco-Roman Antiquity, University of British Columbia, Canada. 
    2005, The Barbarian’s Beverage: A History of Beer in Ancient Europe, Routledge Taylor&Francis Group, London – New York.
  • PHILLIPS, R., 2014, Alcohol. A History, The University of North Carolina Press, USA.

Imagen: Recipiente procedente de Mainz, Alemania, de inicios del siglo IV d.n.e., con una inscripción en Latín donde se lee: “¡Camarera, llename el vaso de buena cerveza de trigo!”. Obtenida de NELSON 2005: PP. 57.