Una de las cosas que me sorprendieron (y lo sigue haciendo) de la investigación sobre la historia de la cerveza, es que su presencia está tan atada a los seres humanos, que a través de su evolución haces un recorrido por la biografía humana, desde los pequeños grupos aún cazadores-recolectores, a la primeras (y aún primitivas) sociedades, la construcción de las grandes civilizaciones, la definición de identidades y establecimiento de redes entre y dentro de las comunidades cada vez más complejas… Parece que ha estado presente, tanto en el día a día, como en momentos cruciales; y en muchos casos, ha jugado un papel significante en la constitución de este cambiante rompecabezas. Sin embargo, y de aquí viene esta breve (y aparentemente sinsentido) introducción, hasta en los contextos dónde la encontramos en un segundo plano, incluso prácticamente inexistente, tal ausencia puede resultar, también, muy ilustrativa.
Cuando una intenta reconstruir la presencia de la cerveza en el marco europeo durante la antigüedad, las fuentes escritas clásicas representan una base de datos importantes. Por ese motivo, es inevitable pasar por alto la carga negativa que rezuman, no todas pero sin duda una cifra importante, ya sea de un modo más o menos directo (o intencionado). Por supuesto, la predilección de los griegos, y más tarde los romanos, por el vino es popularmente conocida. Pero lo que sorprende, no es tanto el favoritismo hacia esta bebida (o cualquier otra), sino el menosprecio y la discriminación que dedican a la cerveza.
Ciertamente, no hay testimonios literarios o materiales del consumo de cerveza por sociedades Griegas o Romanas, aunque si existen ciertos datos arqueológicos que confirman su consumo entre pueblos pre-helenísticos habitantes de Creta, o Minoicos. Pero entre 1250 y el 750 a.n.e., vemos su paulatina exclusión en la dieta griega, convirtiéndose en la primera sociedad cultivadora de cereales que rechazó la cerveza. Porque abandonan tal costumbre, es aún tema de debate, más la gran mayoría de estudiosos (por no decir en su totalidad) parecen coincidir en que no se trata de una mera cuestión de gusto, y que detrás se esconde un motivo mucho más profundo y complejo.
Éste historial de agravios hacia la cerveza es inaugurado por el escritor ateniense Aeschylus el s.V a.n.e., en su obra Lycurgeia, dónde vemos un ataque deliberado -aún sin abandonar el tono cómico- hacia esta bebida, aparentemente vinculada a signos de debilidad y feminidad. A éste drama literario le seguirán otros, del mismo modo que el prejuicio contra la cerveza será largamente repetido a través de la antigüedad.
Antes que nada, es necesario hacer cierto apunte: cuando las fuentes clásicas hablan de “intoxicantes” o “intoxicación”, se refieren a productos psicotrópicos en general (alcohólicas y no-alcohólicas), así como a su consumo. No obstante, el vino y la cerveza eran considerados como bebidas diferentes, y se les atribuían todo un seguido de rasgos (que ciertamente no tienen mucho sentido para nosotros): el vino, era de naturaleza pura, caliente y masculina, con unos efectos intoxicantes comunes sobre su consumidor (dolor de cabeza); frente a la cerveza, de esencia putrefacta, fría y afeminada, que produce unos efectos insólitos (aturdimiento y turbación). Esto se debe al desconocimiento de la existencia del alcohol producido de la fermentación de los azúcares a través de la acción de las levaduras en ambas bebidas por igual. Aristóteles clasifica el vino junto al opio y otras drogas dentro de la misma categoría, mientras que la cerveza es excluida de este grupo.
Sin embargo, a parte de estas suposiciones pseudo-científicas, las críticas no se centraban únicamente en el producto en sí mismo, sino en las prácticas podríamos decir “malsanas” que lo acompañan.
La tradición ideológica del consumo griego (que más adelante daría paso a la práctica que conocemos como symposium) no concluye en una simple presunción de la superioridad del vino sobre la cerveza -creedme, este es solo el principio. Ésta implica dos nociones más: la de moderación (ésta es la buena) y la de discriminación (básicamente, el resto). Nuestro tan querido Plató fue el primero en ilustrarnos sobre la existencia de dos ideologías del consumo totalmente distintas: en primer lugar, estaba el ideal Ateniense, griego, de la moderación, que incluía un consumo ocasional, controlado y discernido de tóxicos, prácticamente limitado al vino habitualmente rebajado con agua (aunque, para ser sinceros, se documenta alguna que otra trampita); y en segundo lugar, esas costumbres bárbaras, típicas de pueblos como los Tracios y los Escitas, dados a los exceso y con una tendencia desproporcionadas a la intoxicación de todo tipo de sustancias (p.ej. la cerveza), sin discriminación alguna. Es interesante como los autores clásicos utilizan el término “bárbaro”, que se popularizó en la tragedia griega como mote asociado a los Persas, y fue posteriormente extrapolado de forma genérica a “todos aquellos NO-griegos (NO-romanos)”.
Los griegos (y los romanos) creían que factores geográficos y climáticos afectaban tanto al cuerpo cómo el alma. Decían de los norteños, que debido al clima frío y húmedo, eran más altos y de piel clara, salvajes y guerreros, pero necios; por su parte, los sureños, expuestos a climas calurosos y secos, eran de proporciones más menudas y piel oscura, más bien tímidos y prudentes; y finalmente, las zonas templadas del centro (y entendemos, que consideraban “centro” las regiones del Mediterráneo, inclusive Italia), se caracterizaban por la presencia de vino, y sus gentes gozaban de unas proporciones simplemente ideales y un tono de piel óptimo, buenos modales, y eran inteligentes y gobernantes por naturaleza.
Haciendo una lectura vertical de tales preceptos, se resume en una división entre “los buenos” (es decir, los griegos y luego los romanos), y los “no tan bueno o directamente malos” (los que vendría a ser este concepto del bárbaro, el extranjero, el no- griego). Es importante tener en cuenta esta teoría medioambiental, y todas sus implicaciones: no únicamente determina el físico y el carácter, también el QUÉ y CÓMO uno bebe. Estas áreas de condiciones más extremas, sus habitantes eran propensos a la bebida; y como no existía el cultivo de la vid, en su defecto, consumían otros tóxicos, especialmente la cerveza. Y pese a que, con el tiempo, vemos que muchas culturas cerveceras irían conociendo e importando vino, considerado un producto de lujo para las altas esferas, los patrones de consumo no variarán.
Estas construcciones ideológicas, no son más que el reflejo de la percepción greco-romana de la realidad fundamentada en una dualidad jerarquizada, y que toma el vino y la cerveza como símbolos representativos de estos polos opuestos. No obstante, la mayoría de estas antítesis se basan en profundas preconcepciones más que no en hechos (reales), y a menuda vinculadas a juicios de valores negativos: civilización vs. barbarie, moderación vs excesos, masculinidad vs feminidad, clase alta vs clase baja, etc. Por lo que la cerveza será marginada y descrita en términos inversos (al vino) en tres esferas del mundo greco-romano: la funcional (su exclusión de la dieta cotidiana), espacial (según la teoría medioambiental que determina el carácter y las prácticas de consumo), y social (su asociación con clases media-baja, costumbre bárbaras, etc.).
Y como pasa a menuda, siglos más tarde, los Romanos seguirán con la misma línea de pensamiento, llevándolo a un nivel 2.0. Pero para eso vamos a dedicar otro artículo más adelante, ¡no te los pierdas!
Artículo de Maria del Mar Adan, redactora de Cerveza Artesana Magazine
Imagen obtenida de NELSON, Max, 2005, The Barbarian’s Beverage: A History of Beer in Ancient Europe, Routledge Taylor&Francis Group, London – New York: pp. 26.
BIBLIOGRAFÍA
2001, Beer in Greco-Roman Antiquity, University of British Columbia, Canada.
2005, The Barbarian’s Beverage: A History of Beer in Ancient Europe, Routledge Taylor&Francis Group, London – New York.